El pequeño parecía no poder estar en calma ni un
momento, por lo que todos mis esfuerzos por seguirlo estaban a punto de
agotarme. Pero... de pronto me asaltó la duda, el niño era muy parecido a mi
cuando tenía su edad, y... al voltear continuamente para comprobar que aún lo seguía
me dio la impresión que no trataba de escapar, sino de conducirme a algún
sitio.
Al fin lo supe, el chiquillo quería aprender magia.
Sus andanzas me condujeron con una pareja de ancianos que emanaban bondad por
cada poro, eran judíos, y me ofrecieron algo de comer que, aunque no lo
recuerdo, resultó delicioso.

Estando en la ceremonia alguien se
acercó y nos condujo a un lugar oculto, creo que era un sótano. Tocamos a la
puerta y apareció un hombre con extraños ropajes orientales. Fue impresionante
la simpatía que me generó su sola presencia, como si lo reconociera de algún lugar
ya olvidado; tenía una gran sonrisa y un maravilloso sentido del humor. Era un
mago. Sólo recuerdo que me dijo que yo era judío, y que le daba gusto verme de
nuevo en las ceremonias. Yo contesté extrañado que no lo era. Se limitó a reír
alegremente, señaló el turbante que tenía en su cabeza y dijo que él era un
emir. En ese momento todo se esfumó en la nada...