domingo, julio 29, 2007

Citando a Pellicer


Era casi mediodía, el calor de finales de julio se colaba entre las hojas de los árboles mientras una nueva generación de nubes se desprendía de la tierra dando sus primeros pasos hacia el cielo.

Llevaba casi dos horas caminando entre la selva palencana. Subidas y bajadas, pirámides y troncos, saraguatos y turistas, creación humana y naturaleza divina; todo está contenido en Palenque.

Exhausto me senté a descansar un momento a la orilla del camino, al pie de un inmenso árbol que enseguida me cobijó entre los pliegues de sus raíces, me cubrió con sus ramas de los rayos de sol y cantó para mí con la voz de algún maravilloso pájaro que sólo puede escucharse en estos, cada vez menos, santuarios naturales.

Fue entonces que cobraron sentido para mí tantos versos de Carlos Pellicer que hasta ese momento no habían sido sino meras frases dispuestas en rima. Ese tronco fue la piedra roseta que me tradujo las palabras del poeta escritas en el idioma de los sentimientos, fue entender que “Estar árbol a veces, es quedarse mirando (sin dejar de crecer) el agua humanidad y llenarse de pájaros para poder, cantando, reflejar en las ondas quietud y soledad”.