domingo, diciembre 15, 2013

La carroza de los ocho

Ocho personajes subieron a la carroza, todos parecen distintos, mas no te confundas, los ocho son realmente uno...

jueves, septiembre 26, 2013

Magia



El pequeño parecía no poder estar en calma ni un momento, por lo que todos mis esfuerzos por seguirlo estaban a punto de agotarme. Pero... de pronto me asaltó la duda, el niño era muy parecido a mi cuando tenía su edad, y... al voltear continuamente para comprobar que aún lo seguía me dio la impresión que no trataba de escapar, sino de conducirme a algún sitio.

Al fin lo supe, el chiquillo quería aprender magia. Sus andanzas me condujeron con una pareja de ancianos que emanaban bondad por cada poro, eran judíos, y me ofrecieron algo de comer que, aunque no lo recuerdo, resultó delicioso.

Una vez saciado el apetito los ancianos me condujeron a una ceremonia en un lugar que, sin estar seguro pues nunca he estado en alguna, me pareció una sinagoga. Ahí encontré de nuevo el pequeño que no lograba permanecer quieto ni un minuto y era sumamente escurridizo. Sus pequeños ojos mostraban asombro y fascinación, había visto a alguien hacer magia y, cuando la hizo, una vieja pintura en la que aparecía el Arcángel Miguel se iluminó, los ojos se le encendieron como rojas brazas ardientes y la imagen se desprendió del cuadro.

Estando en la ceremonia alguien se acercó y nos condujo a un lugar oculto, creo que era un sótano. Tocamos a la puerta y apareció un hombre con extraños ropajes orientales. Fue impresionante la simpatía que me generó su sola presencia, como si lo reconociera de algún lugar ya olvidado; tenía una gran sonrisa y un maravilloso sentido del humor. Era un mago. Sólo recuerdo que me dijo que yo era judío, y que le daba gusto verme de nuevo en las ceremonias. Yo contesté extrañado que no lo era. Se limitó a reír alegremente, señaló el turbante que tenía en su cabeza y dijo que él era un emir. En ese momento todo se esfumó en la nada...

lunes, junio 03, 2013

Custodio

El miedo era paralizante, mas no manifiesto. Cualquiera que fuera lo que se resguardara en esa vieja capilla tenía un valor incalculable, y estaba justo en la plancha de piedra semejante a un altar que se ubicaba a pocos centímetros a mi derecha. Me encontraba con otros hombres -no más de cinco- rodeando el altar en actitud marcial, mientras a un mismo ritmo hacíamos sonar las largas espadas que colgaban a la izquierda de nuestras cinturas sacándolas un poco de sus vainas y volviéndolas a introducir con fuerza.

Aguardábamos un ataque, sin embargo mi temor más grande resutaba de darme cuenta que estaba al frente de la defensa. ¿Cómo llegué a serlo? El miedo no era a morir, era a no estar preparado para defender tan preciado tesoro.

Quizá por ello fue reconfortante ver llegar un gran número de soldados que llegaban a reforzar la defensa. Entraron a la capilla en silencio, formándose en perfecta alineación. Resulta extraño pero no parecían estar vivos, más bien daba la impresión de ser un ejército de almas con extrañas túnicas como uniformes.

Había llegado el momento de cerrar la puerta de acceso, la defensa se haría desde el interior. Miré hacia afuera y comprobé que ahí se encontrara el vigilante que velaría la entrada desde el exterior. Extraño, éste era un esqueleto viviente sentado a un lado de la puerta, ataviado con un elegante ropaje púrpura y una espada en su regazo. Giró su cabeza hacia mi y asintió.

Cerré la puerta por dentro corriendo una aldaba, misma que me pareció sumamente frágil, por lo que la reforcé con un recio travesaño de madera.

Uno de los custodios (¿guerrero o sacerdote? No sabría precisarlo) se acercó para informarme que era necesario dar instrucciones. ¿Qué sabía yo de instrucciones de defensa? Formaremos grupos, respondí, y guardaremos silencio para entrar en oración profunda, ésa será nuestra mejor defensa...