jueves, junio 04, 2015

El murmullo de las abejas (Sofía Segovia)

Tenía mucho tiempo de no leer un libro por el deleite de la palabra escrita per se; ese exquisito placer de recrear ─mediante la narrativa─, imágenes, sonidos y sentimientos… sin expectativas, sin pretensiones intelectuales, sólo rememorar ─no sin un dejo de nostalgia─, el disfrute que cuando niño me producían la viejas historias narradas alrededor de una mesa en casa de mi abuela… historias que tenían como escenarios las haciendas familiares de Tanchipa o El Cielo, y como protagonistas a personajes capaces (como Simonopio en el libro) de ver más allá de lo aparente y acceder a realidades alternas. Y es que para describir mi comunión con esa entrañable rama de mi familia me es necesario tomar prestadas  las palabras de la autora cuando cita que “(…) tal vez nos viéramos poco, pero en ese poco nos veíamos mucho”. En fin, historias de tiempos que por ser pasados permiten a la realidad y a la fantasía caminar juntas, mezclarse, confundirse, existir una sólo gracias a la otra… realismo mágico dirían quizá algunos más versados en literatura.

También me hizo recordar cuando, antes de que la sarna urbanizadora ─que llegó tras mi destierro─ arrasara con la zona donde crecí, prefería perderme en completa soledad por veredas, montes y ríos antes que jugar con otros niños. Y es que debo confesar que a esa edad el parloteo parece conditio sine qua non para convivir… Yo prefería el silencio, pues el habla anulaba mi capacidad para percibir el olor de la tierra y la hierba tras la lluvia, o el sonido de las chicharras en la temporada de estío, o la percepción de los cambios de estación por la vegetación prevaleciente. Me parecía que sólo a mí me lograba hipnotizar la simple contemplación de un remanso de agua poblado por pequeños peces, libélulas y chiches de agua, así como por unos extraños insectos que con sus largas patas desafiaban las leyes de la física siendo capaces de permanecer posados sobre la superficie del agua… Pero esos ya son otros cuentos y aquí no se trata de mis memorias ni mucho menos de mis confidencias. Valga como disculpa la trampa a la que me condujo la misma lectura, una trampa en la que “Los recuerdos dejan de ser lejanos. Dejan de medirse en años y empiezan a medirse en emoción pura”.

Disfruté enormemente de “El Murmullo de las Abejas”… mas no sé si me aventuraría a recomendárselos. Temo que mi crítica no podría ser del todo imparcial, pues mi aproximación a la novela se realizó desde el hipotálamo, desde ámbitos sensoriales estimulados por recuerdos de abejas bebiendo de una gota suspendida en un grifo de agua o por el olor “a lavanda, a ropa hervida con jabón blanco, a naranjas y miel…”.

martes, mayo 26, 2015

Muerte o ayuda del cielo... Tecnología para o contra la humanidad

“Y DE REPENTE, LA MUERTE VINO DEL CIELO”. Así rezaba el encabezado de un artículo de la versión en línea de la televisora alemana DW-TV (http://dw.de/p/1FVpz) publicado el pasado domingo 24 de mayo. En él se da cuenta de como el desarrollo de vehículos aéreos no tripulados ─mejor conocidos como drones─, está permitiendo no sólo captar datos e imágenes de objetivos de guerra en Yemen, Somalia, Afganistán y Paquistán; además, están siendo ya utilizados para efectuar ataques cuyos resultados resultan escalofriantes y que, sencillamente, se consignan en lo que parecen frías y ajenas estadísticas de “daños colaterales”. Por citar sólo un ejemplo, para abatir a 41 personas que figuraban en la lista negra de objetivos terroristas ¡fueron asesinadas otras 1147! Algunos especialistas afirman que en los ataques mediante drones un 90 por ciento de las víctimas resultan simples transeúntes.


Por otra parte, la mañana del día de ayer, lunes 25 de mayo, Ciudad Acuña, en Coahuila, fue sorprendida por un devastador fenómeno meteorológico sin precedente en sus casi 138 años de fundación y que bien podía describirse con el mismo encabezado del reportaje que antes refería, “Y DE REPENTE, LA MUERTE VINO DEL CIELO”. Tan sólo seis segundos le bastaron a un tornado de magnitud F3 (algunos afirman que fue F4) para arrasar lo mismo con casas que vehículos, instalaciones eléctricas y de comunicaciones, dejando un rastro de desolación y 13 víctimas mortales, 229 personas lesionadas y un gran número de damnificados que aún está siendo contabilizado.
Tal vez se estén preguntando qué relación existe ─además del espacio celeste en el que se desarrollan─, entre ambos eventos. Y es que el catalizador capaz de cambiar el sustantivo de sendos titulares radica en la capacidad de las personas para que, en el ejercicio de su libre albedrío, decidan usar sus conocimientos, habilidades y medios a su alcance para decidir mostrar lo que hay en sus corazones.


Me explico. José Riojas (Valkirias Uav), Alexis Arguello (Imagen Aerial) (Imagen Aerial) y Alejandro de la Garza son tres expertos en la fabricación y operación de drones radicados en Coahuila. Al enterarse de lo sucedido en Ciudad Acuña y sin pensárselo dos veces, recorrieron cerca de 379 kilómetros para poner al servicio de los elementos de rescate y protección civil sus equipos… sí, esa misma tecnología capaz de sembrar destrucción y muerte, en manos de hombres íntegros y de corazones nobles es capaz de ayudar, en casos como éste de desastres naturales, a la localización de personas y el monitoreo de zonas afectadas en las que el acceso terrestre resulta imposible. Con sus propios medios, exponiendo su seguridad personal y la de sus equipos, José, Alejandro y Alexis no dudaron en ponerlos al servicio de una población gravemente afectada. Este tipo de actos son los únicos capaces de cambiar para bien nuestro rumbo como humanidad, y poder así en el futuro leer en los titulares: “Y DE REPENTE, LA AYUDA VINO DEL CIELO”. A ellos mi respeto, admiración y reconocimiento.


viernes, marzo 20, 2015

Viajes y encuentros inesperados

Llega un momento en el que la vista termina embriagada ante la belleza de los colores de un amanecer en el Caribe; supongo que tantos azules y naranjas finalmente saturan los bastoncillos fotoreceptores de nuestras retinas empalagándolos, como si de sabores dulces se tratase.

Así que cerré los ojos un momento y me tumbé sobre la suave arena. Los seres humanos, por lo general, privilegiamos la vista sobre el resto de los sentidos, por lo que intenté capturar también con los cuatro restantes esos últimos momentos en la isla. La brisa que surgió entonces ayudó para que llegaran a mí los olores de la selva, el graznido de las gaviotas, el sabor a sal del mar, la sensación del agua que a intervalos regulares mojaba mis pies...

Entonces, pude percibir el paso de una persona que por un momento oscureció la claridad que se filtraba a través de mis párpados. Se sentó en la arena, a mi lado.

-Hay un lugar maravilloso para nadar en aquel extremo -dijo.

Su comentario me obligó a abrir los ojos para saber a qué extremo de la isla se refería, además de que había pronunciado una palabra para mí mágica: "nadar".

-Hola, me llamo Gucumatz -se presentó.

Extraño nombre, pensé. En ese tiempo desconocía que era de origen maya y correspondía a una de sus deidades creadoras.

-Yo recorrí la isla casi en su totalidad pero hacia el lado contrario -le respondí, -es una pena que sólo tenga escasos 40 minutos antes de tomar el ferry, me gustaría conocer el lado opuesto que mencionas.

-Iré a nadar un rato. Hay lugares muy bonitos, ¿por qué no me acompañas? Si tienes 40 minutos puedes apreciar lo que te de tiempo de recorrer en  20 y tomarte un tiempo igual para el regreso.

Me pareció buena idea y acepté enseguida. Acordamos caminar por la orilla del mar a fin de no tener problemas para encontrar el camino de regreso. Mi nuevo amigo Gucumatz en verdad no se equivocaba, había lugares realmente hermosos.

También la conversación tomó un sendero interesante. Me habló de una época que se perdía en la bruma de los milenios, un tiempo en que para la humanidad la divinidad era femenina, la Gran Diosa, la Naturaleza a la que se respetaba como a una madre. Después, el dios masculino fue ocupando su sitio con todos los atributos propios de su género: fuerza, poder, conquista... Me recomendó algunos libros y un par de documentales.

Y así, disfrutando del paisaje y de la conversación, se agotó el tiempo casi sin darnos cuenta, por lo que me despedí de mi amigo e inicié en solitario el regreso. Era una pena no poder permanecer un poco más en aquel maravilloso lugar.

Caminaba ensimismado en mis pensamientos cuando de pronto me di cuenta que algo había cambiado en el ambiente, era tan sutil que en un primer momento no supe identificar de qué se trataba. El lugar en el que me encontraba me resultaba completamente desconocido, por lo que mi primer sentimiento fue de alarma ante la posibilidad de haber extraviado el camino y no llegar a tiempo para tomar la embarcación que habría de llevarme a tierra firme.

Pero no... eso resultaba imposible, no me había separado ni un momento de la orilla del mar, no había posibilidad alguna de extraviar la ruta. Entonces me fui percatando de ciertos detalles que resultaban evidentes pero en los que no había reparado... una densa neblina había surgido y lo envolvía todo, cualquier sonido había desaparecido por completo, el mar parecía haber interrumpido su oleaje. El lugar no correspondía a ninguno por los que había transitado unos minutos antes, como si tras cruzar una cortina invisible hubiese ingresado a un universo paralelo.

No sé a ciencia cierta cuánto tiempo duró "aquello", sólo sé que "terminó" de pronto. Escuché a lo lejos el inconfundible llanto de un bebé al nacer que venía de algún sitio donde sólo se veía selva, sin ningún rastro de ocupación humana. En un instante todo volvió a la normalidad: la neblina simplemente desapareció, las olas rompían de nuevo en la playa y la algarabía de una multitud de aves volvió a llenar el lugar con sonidos. Reconocí de nueva cuenta el camino por el que había transitado en la caminata de ida.

Han pasado ya casi tres años desde aquella experiencia, tan inexplicable que apenas he llegado a compartir fragmentos con muy pocas personas. Ignoro lo que sucedió esa mañana de mayo en aquella playa, pero si de algo estoy seguro es que sucedió y, por alguna extraña convicción fuera de toda lógica, de que "aquello" era de naturaleza femenina.