viernes, abril 18, 2014

Pinturas rupestres - Valle de Cuatro Ciénagas, Coah.



Hay voces que nos hablan desde el pasado, ecos de infancias colectivas en los que aún se conservaba la memoria del origen.

Resulta imposible estructurar enunciados coherentes para describir lo que tengo ante mis ojos. Tal vez porque las palabras para hacerlo se fueron perdiendo con el paso del tiempo. Han pasado miles de años desde que hablábamos con el lenguaje de la tierra; una lengua en la que, por ejemplo, no encontraban cabida los pronombres, pues "yo, tú y él" no se entendían por separado.

El tiempo mismo parece distorsionarse: ¿Retrocedí al pasado o fue éste quien vino a mi encuentro? El silencio del desierto me pide entonces que acalle el ruido de los pensamientos para que sea el corazón quien escuche.

Que privilegio estar frente a esta majestuosa obra del talento humano.  No sé lo que dicen las figuras pintadas en las paredes de la montaña, pero entiendo lo que me comunican. Hablan de lugares sagrados, de corrientes telúricas, del rayo y la lluvia, de la caricia del viento sobre la piel de la roca, del poder y la humildad, de la vida que se transforma pero jamás se termina, de muerte y renacimiento, de algo muy dentro que se conecta con las más distantes estrellas.

Intento ver con los ojos de los que me precedieron, dejar de ser un turista para comulgar con el entorno. Solo entonces los trazos revelan su propósito: algo me dice que no se trata de arte como hoy lo entendemos, la estética es tan solo consecuencia de una armonía antes omnipresente, o como se diría actualmente: una "externalidad positiva". La cueva no es una galería de museo, es un punto de encuentro con realidades más sutiles, más verdaderas.

Se trata de códigos universales presentes en toda cultura, en cada individuo, mas solo comprensibles para unos pocos iniciados capaces de interpretarlos en su totalidad. Los demás debemos conformarnos únicamente con sentir las fibras que consiguen hacer vibrar en nuestro interior, como el harpa que siente la mano que tensa sus cuerdas produciendo bellos sonidos, mas desconoce la partitura completa del Gran Compositor.

Desde siempre me ha unido un vínculo especial con la tierra. Quizá por ello me cuesta tanto trabajo dejar el sitio, la soledad y el silencio; volver al destierro en una civilización que no percibo como propia, tan distante, tan correctamente fragmentada.

Pero antes la noche encuentra el modo de intervenir valiéndose de incidentes fortuitos para obsequiarme un regalo adicional. A kilómetros de cualquier población la obscuridad absoluta cuaja el cielo con millones de estrellas, tantas como no había vuelto a ver desde... no lo podría precisar, el tiempo aún no recobra su normalidad y las cuentas entre años vividos y recuerdos no se ajustan del todo, pues los segundos superan a los primeros. Algo no cuadra, mas no es relevante cuando por un instante se ha percibido un destello de eternidad.