Hay voces que nos hablan desde el
pasado, ecos de infancias colectivas en los que aún se conservaba la memoria
del origen.
Resulta imposible estructurar
enunciados coherentes para describir lo que tengo ante mis ojos. Tal vez porque
las palabras para hacerlo se fueron perdiendo con el paso del tiempo. Han
pasado miles de años desde que hablábamos con el lenguaje de la tierra; una
lengua en la que, por ejemplo, no encontraban cabida los pronombres, pues
"yo, tú y él" no se entendían por separado.
El tiempo mismo parece distorsionarse:
¿Retrocedí al pasado o fue éste quien vino a mi encuentro? El silencio del
desierto me pide entonces que acalle el ruido de los pensamientos para que sea
el corazón quien escuche.
Que privilegio estar frente a
esta majestuosa obra del talento humano.
No sé lo que dicen las figuras pintadas en las paredes de la montaña,
pero entiendo lo que me comunican. Hablan de lugares sagrados, de corrientes
telúricas, del rayo y la lluvia, de la caricia del viento sobre la piel de la roca,
del poder y la humildad, de la vida que se transforma pero jamás se termina, de
muerte y renacimiento, de algo muy dentro que se conecta con las más distantes estrellas.
Intento ver con los ojos de los
que me precedieron, dejar de ser un turista para comulgar con el entorno. Solo
entonces los trazos revelan su propósito: algo me dice que no se trata de arte
como hoy lo entendemos, la estética es tan solo consecuencia de una armonía
antes omnipresente, o como se diría actualmente: una "externalidad positiva".
La cueva no es una galería de museo, es un punto de encuentro con realidades más
sutiles, más verdaderas.
Se trata de códigos universales
presentes en toda cultura, en cada individuo, mas solo comprensibles para unos
pocos iniciados capaces de interpretarlos en su totalidad. Los demás debemos
conformarnos únicamente con sentir las fibras que consiguen hacer vibrar en
nuestro interior, como el harpa que siente la mano que tensa sus cuerdas produciendo
bellos sonidos, mas desconoce la partitura completa del Gran Compositor.
Desde siempre me ha unido un
vínculo especial con la tierra. Quizá por ello me cuesta tanto trabajo dejar el
sitio, la soledad y el silencio; volver al destierro en una civilización que no
percibo como propia, tan distante, tan correctamente fragmentada.
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