jueves, septiembre 26, 2013

Magia



El pequeño parecía no poder estar en calma ni un momento, por lo que todos mis esfuerzos por seguirlo estaban a punto de agotarme. Pero... de pronto me asaltó la duda, el niño era muy parecido a mi cuando tenía su edad, y... al voltear continuamente para comprobar que aún lo seguía me dio la impresión que no trataba de escapar, sino de conducirme a algún sitio.

Al fin lo supe, el chiquillo quería aprender magia. Sus andanzas me condujeron con una pareja de ancianos que emanaban bondad por cada poro, eran judíos, y me ofrecieron algo de comer que, aunque no lo recuerdo, resultó delicioso.

Una vez saciado el apetito los ancianos me condujeron a una ceremonia en un lugar que, sin estar seguro pues nunca he estado en alguna, me pareció una sinagoga. Ahí encontré de nuevo el pequeño que no lograba permanecer quieto ni un minuto y era sumamente escurridizo. Sus pequeños ojos mostraban asombro y fascinación, había visto a alguien hacer magia y, cuando la hizo, una vieja pintura en la que aparecía el Arcángel Miguel se iluminó, los ojos se le encendieron como rojas brazas ardientes y la imagen se desprendió del cuadro.

Estando en la ceremonia alguien se acercó y nos condujo a un lugar oculto, creo que era un sótano. Tocamos a la puerta y apareció un hombre con extraños ropajes orientales. Fue impresionante la simpatía que me generó su sola presencia, como si lo reconociera de algún lugar ya olvidado; tenía una gran sonrisa y un maravilloso sentido del humor. Era un mago. Sólo recuerdo que me dijo que yo era judío, y que le daba gusto verme de nuevo en las ceremonias. Yo contesté extrañado que no lo era. Se limitó a reír alegremente, señaló el turbante que tenía en su cabeza y dijo que él era un emir. En ese momento todo se esfumó en la nada...