viernes, marzo 20, 2015

Viajes y encuentros inesperados

Llega un momento en el que la vista termina embriagada ante la belleza de los colores de un amanecer en el Caribe; supongo que tantos azules y naranjas finalmente saturan los bastoncillos fotoreceptores de nuestras retinas empalagándolos, como si de sabores dulces se tratase.

Así que cerré los ojos un momento y me tumbé sobre la suave arena. Los seres humanos, por lo general, privilegiamos la vista sobre el resto de los sentidos, por lo que intenté capturar también con los cuatro restantes esos últimos momentos en la isla. La brisa que surgió entonces ayudó para que llegaran a mí los olores de la selva, el graznido de las gaviotas, el sabor a sal del mar, la sensación del agua que a intervalos regulares mojaba mis pies...

Entonces, pude percibir el paso de una persona que por un momento oscureció la claridad que se filtraba a través de mis párpados. Se sentó en la arena, a mi lado.

-Hay un lugar maravilloso para nadar en aquel extremo -dijo.

Su comentario me obligó a abrir los ojos para saber a qué extremo de la isla se refería, además de que había pronunciado una palabra para mí mágica: "nadar".

-Hola, me llamo Gucumatz -se presentó.

Extraño nombre, pensé. En ese tiempo desconocía que era de origen maya y correspondía a una de sus deidades creadoras.

-Yo recorrí la isla casi en su totalidad pero hacia el lado contrario -le respondí, -es una pena que sólo tenga escasos 40 minutos antes de tomar el ferry, me gustaría conocer el lado opuesto que mencionas.

-Iré a nadar un rato. Hay lugares muy bonitos, ¿por qué no me acompañas? Si tienes 40 minutos puedes apreciar lo que te de tiempo de recorrer en  20 y tomarte un tiempo igual para el regreso.

Me pareció buena idea y acepté enseguida. Acordamos caminar por la orilla del mar a fin de no tener problemas para encontrar el camino de regreso. Mi nuevo amigo Gucumatz en verdad no se equivocaba, había lugares realmente hermosos.

También la conversación tomó un sendero interesante. Me habló de una época que se perdía en la bruma de los milenios, un tiempo en que para la humanidad la divinidad era femenina, la Gran Diosa, la Naturaleza a la que se respetaba como a una madre. Después, el dios masculino fue ocupando su sitio con todos los atributos propios de su género: fuerza, poder, conquista... Me recomendó algunos libros y un par de documentales.

Y así, disfrutando del paisaje y de la conversación, se agotó el tiempo casi sin darnos cuenta, por lo que me despedí de mi amigo e inicié en solitario el regreso. Era una pena no poder permanecer un poco más en aquel maravilloso lugar.

Caminaba ensimismado en mis pensamientos cuando de pronto me di cuenta que algo había cambiado en el ambiente, era tan sutil que en un primer momento no supe identificar de qué se trataba. El lugar en el que me encontraba me resultaba completamente desconocido, por lo que mi primer sentimiento fue de alarma ante la posibilidad de haber extraviado el camino y no llegar a tiempo para tomar la embarcación que habría de llevarme a tierra firme.

Pero no... eso resultaba imposible, no me había separado ni un momento de la orilla del mar, no había posibilidad alguna de extraviar la ruta. Entonces me fui percatando de ciertos detalles que resultaban evidentes pero en los que no había reparado... una densa neblina había surgido y lo envolvía todo, cualquier sonido había desaparecido por completo, el mar parecía haber interrumpido su oleaje. El lugar no correspondía a ninguno por los que había transitado unos minutos antes, como si tras cruzar una cortina invisible hubiese ingresado a un universo paralelo.

No sé a ciencia cierta cuánto tiempo duró "aquello", sólo sé que "terminó" de pronto. Escuché a lo lejos el inconfundible llanto de un bebé al nacer que venía de algún sitio donde sólo se veía selva, sin ningún rastro de ocupación humana. En un instante todo volvió a la normalidad: la neblina simplemente desapareció, las olas rompían de nuevo en la playa y la algarabía de una multitud de aves volvió a llenar el lugar con sonidos. Reconocí de nueva cuenta el camino por el que había transitado en la caminata de ida.

Han pasado ya casi tres años desde aquella experiencia, tan inexplicable que apenas he llegado a compartir fragmentos con muy pocas personas. Ignoro lo que sucedió esa mañana de mayo en aquella playa, pero si de algo estoy seguro es que sucedió y, por alguna extraña convicción fuera de toda lógica, de que "aquello" era de naturaleza femenina.

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