lunes, junio 03, 2013

Custodio

El miedo era paralizante, mas no manifiesto. Cualquiera que fuera lo que se resguardara en esa vieja capilla tenía un valor incalculable, y estaba justo en la plancha de piedra semejante a un altar que se ubicaba a pocos centímetros a mi derecha. Me encontraba con otros hombres -no más de cinco- rodeando el altar en actitud marcial, mientras a un mismo ritmo hacíamos sonar las largas espadas que colgaban a la izquierda de nuestras cinturas sacándolas un poco de sus vainas y volviéndolas a introducir con fuerza.

Aguardábamos un ataque, sin embargo mi temor más grande resutaba de darme cuenta que estaba al frente de la defensa. ¿Cómo llegué a serlo? El miedo no era a morir, era a no estar preparado para defender tan preciado tesoro.

Quizá por ello fue reconfortante ver llegar un gran número de soldados que llegaban a reforzar la defensa. Entraron a la capilla en silencio, formándose en perfecta alineación. Resulta extraño pero no parecían estar vivos, más bien daba la impresión de ser un ejército de almas con extrañas túnicas como uniformes.

Había llegado el momento de cerrar la puerta de acceso, la defensa se haría desde el interior. Miré hacia afuera y comprobé que ahí se encontrara el vigilante que velaría la entrada desde el exterior. Extraño, éste era un esqueleto viviente sentado a un lado de la puerta, ataviado con un elegante ropaje púrpura y una espada en su regazo. Giró su cabeza hacia mi y asintió.

Cerré la puerta por dentro corriendo una aldaba, misma que me pareció sumamente frágil, por lo que la reforcé con un recio travesaño de madera.

Uno de los custodios (¿guerrero o sacerdote? No sabría precisarlo) se acercó para informarme que era necesario dar instrucciones. ¿Qué sabía yo de instrucciones de defensa? Formaremos grupos, respondí, y guardaremos silencio para entrar en oración profunda, ésa será nuestra mejor defensa...