domingo, septiembre 16, 2007

Plataforma


El día inició muy temprano, antes de las 5 de la mañana ya me encontraba mirando de reojo el despertador en espera de la señal del arranque oficial de actividades.

Jamás había usado equipo de seguridad, así que salir al lobby del hotel enfundado en un overol amarillo brillante, botas industriales, casco, guantes y protectores auditivos fue un reto aún más difícil de superar que dar el primer paso en el helicóptero que nos aguardaba en punto de las 9:00 a.m.

El aumento en la potencia de los motores me paralizó por un instante los latidos del corazón, la respiración se detuvo, cada músculo del cuerpo se tensó y una extraña sensación me invadió al abandonar el territorio natural para ascender, lentamente, al de las aves.

Entonces el espacio conocido se transformó en algo nuevo, la isla entera se nos descubrió en toda su magnitud: azoteas, puentes, avenidas, selvas, manglares, playas, gente que poco a poco se va haciendo más y más pequeña, hasta quedar reducida a una multitud de puntos multicolores.

Sin embargo, la altura no fue suficiente para quitarle su grandeza al océano, el gran azul se extendía hasta el horizonte, y hacia él nos dirigimos.

No existe una perspectiva del mar que no me maraville. He tenido la fortuna de verlo desde todos sus ángulos: sentado a la orilla de una playa del Pacífico contemplando el vaivén de olas gigantescas; nadando en el Golfo de México sintiendo la fuerza indomable de sus corrientes; surcándolo a toda velocidad en una lancha tras un pez espada o sumergido en el Caribe descubriendo la belleza de sus arrecifes y bancos de peces; y ahora sobrevolando sus aguas a una distancia que, gracias a la ilusión óptica que produce su inmensidad al lado de nuestra pequeñez, parecía lo suficientemente corta para poder extender mi mano y rozarlas suavemente, dejando con la punta de mis dedos una larga estela de espuma blanca, como lo hacen las gaviotas al iniciar el vuelo. Mar, infinito mar, tú y yo tenemos aún tantas cosas pendientes.

Tras veinte minutos de vuelo entramos en un banco de densas nubes, la visión se perdió por completo y nuevamente se alertaron los sentidos. Entonces surgió el milagro… al superar la blanca barrera apareció ante nuestros ojos un imponente arrecife de metal y fuego, una escena surrealista que abrumaba por su gran belleza. Para el ingenio del hombre no hay imposibles, y construir una ciudad-factoría en medio del océano no es la excepción. Al ver ese complejo de plataformas cuyas estructuras gigantes se sujetan con sus largas raíces tubulares al profundo lecho marino, me hizo sentir orgulloso de pertenecer a la especie humana, ¡Homo sapiens! Si tuviera que musicalizar ese momento creo que elegiría la primera obertura de Swan Lake de Tchaikovsky.

El descenso fue otra experiencia. El reducido espacio destinado al helipuerto parecía insuficiente, como si fuéramos a descender sobre el mar. Por un reflejo inconsciente me llevé la mano al arnés que sujetaba a mi cintura el chaleco salvavidas para asegurarme que se encontraba perfectamente colocado. Al fin se sintió el ligero golpe de la nave al tocar tierra, la respiración se recuperó nuevamente.

Los minutos transcurrieron a partir de entonces a una velocidad vertiginosa, la misma velocidad de los sueños y los descubrimientos. Teníamos poco tiempo y mucho trabajo por hacer antes de abandonar la plataforma, así que tras un breve desayuno nos pusimos en marcha de acuerdo al plan trazado.

La gente “de mar”, como se les refiere en el argot gremial, es admirable. A nuestro paso no recibimos más que muestras de amabilidad y demostraciones de trabajo arduo, entrega y compañerismo. Mi más profundo reconocimiento a su labor y sincero agradecimiento por contribuir con su sudor y sacrificio al desarrollo de nuestro País.

El tiempo del regreso llegó puntual, aunque me pareció que era más pronto de lo que esperaba. Nuevamente nos elevamos para dirigirnos a tierra, invadidos de asombro, admiración y nostalgia. No hubo diálogo durante el trayecto, el sonido de los rotores y los protectores auditivos no lo permitían. Después de un tiempo alcanzamos a ver, en la distancia, la línea de la costa que nos daba la bienvenida con sus siluetas tan familiares. Misión cumplida.

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