Sentado junto la pileta de agua, justo al momento de ver cruzar por la ventana cuadrada de la pared de enfrente —como en una película de alta definición— la imagen en blanco y negro del monje franciscano, tuve la certeza de encontrarme en un sueño.
Tenía ya referencias de este fenómeno, pero nunca lo había experimentado por mi mismo, tomar conciencia en pleno sueño de que estás viviendo precisamente un sueño.
Por momentos mi mente intentaba romper la comunicación que se había establecido entre mis dos realidades, y yo luchaba por evitarlo.
Quizá fue por ello que cuando una persona se materializó a mi lado la tomé del brazo y le grité con fuerza: "Tú eres sólo el producto de un sueño". Mientras luchaba por soltarse su rostro fue cambiando aceleradamente, en un segundo era una persona y al siguiente otra distinta, como si se tratara de un programa de cómputo diseñado para buscar la imagen-password que abriera mi mano liberándola.
Entonces, al sentir que en cualquier momento la percepción de ambos mundos terminaría despertando en uno o durmiendo en el otro, con firmeza le dije: " Sí, tú procedes del mundo de los sueños, y como lo he descubierto me he ganado el derecho a que me concedas tres deseos, los cuales te podré decir a partir de mañana".
Por un momento dejó de mutar, me miró y asintió.
Lo solté entonces e intente mover mi cuerpo acostado en la cama. La experiencia fue de gran desesperación; estaba consciente de mi cuerpo pero no podía mover ni un músculo, seguía atrapado la línea que divide ambas realidades.
Tardé algunos minutos en "regresar" con un torpe y lento movimiento de mi brazo...
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