miércoles, diciembre 05, 2007

Convención de los heridos de amor


Convención de los heridos de amor (por Paulo Coelho)

Disposiciones generales:

A – Considerando que el dicho de que “en el amor y en la guerra todo vale” es completamente verdadero;

B – Considerando que en lo relativo a la guerra contamos con la Convención de Ginebra, adoptada el 22 de agosto de 1864, que determina cómo debe tratarse a los heridos en el campo de batalla, mientras que hasta hoy no se ha promulgado ningún documento que regule la situación de los heridos de amor, muy superiores en número;

Se decreta que:

Art. 1 – todos los amantes, independientemente de cuál sea su sexo, quedan advertidos de que el amor, además de ser una bendición, también es algo extremadamente peligroso, imprevisible, que puede acarrear serios daños. Por lo tanto, quien tenga la intención de amar, debe ser consciente de que está exponiendo su cuerpo y su alma a heridas de muy diferentes tipos, sin poder culpar por ello a su pareja en ningún momento, puesto que ambos corren el mismo riesgo.

Art. 2 – Una vez alcanzado por una flecha del arco ciego de Cupido, debe solicitarse inmediatamente al arquero que dispare la misma flecha en la dirección opuesta, con el objeto de no sufrir la herida conocida como “amor no correspondido”. En el caso de que Cupido se niegue a hacerlo, la Convención que en estos momentos se promulga exige del herido que de manera inmediata se arranque la flecha del corazón y la tire a la basura. Para llevar esto a buen puerto, debe evitar llamadas telefónicas, mensajes de correo electrónico, envíos de flores (siempre rechazadas), o cualquier otra forma de seducción, pues semejantes medios, si bien pueden dar algún resultado positivo a corto plazo, no resisten el paso del tiempo. La Convención decreta asimismo que el herido debe buscar sin falta la compañía de otras personas, así como debe imponerse al pens! amiento obsesivo que le dice “vale la pena luchar por esta persona”.

Art. 3 – En el caso de que la herida provenga de un tercero, es decir, que el ser amado se sienta atraído por alguien que no estaba a priori en el guión, queda expresamente prohibida la venganza. En este caso, se permite el uso de lágrimas hasta que los ojos se sequen, así como algunos puñetazos en la pared o en la almohada, o reuniones con amigos donde poder insultar a gusto al antiguo(a) compañero(a), incidiendo en su perfecta falta de gusto, pero sin llegar a difamar su honra. La Convención determina que también se aplique en este caso la regla del Art. 2 que mueve a buscar la compañía de otras amistades, sólo que evitando en la medida de lo posible los lugares que la otra persona frecuenta.

Art. 4 – En lesiones leves, clasificadas aquí como pequeñas traiciones, pasiones fulminantes que no duran mucho, o desinterés sexual pasajero, debe aplicarse con generosidad y rapidez el medicamento llamado Perdón. Una vez aplicada tal medicina, no se debe volver atrás bajo ninguna circunstancia, y el asunto debe ser definitivamente olvidado, no utilizándolo jamás como argumento en una discusión o en momento de odio.

Art. 5 – En todas las heridas definitivas, también conocidas como “rupturas”, el único medicamento que tiene algún efecto se llama Tiempo. De nada sirve buscar consuelo en cartomantes (que siempre prometen el regreso del amor perdido), leer libros románticos (que siempre acaban bien), engancharse a una telenovela o cosas por el estilo. Se debe sufrir con intensidad, evitando radicalmente las drogas, los calmantes o las oraciones a los santos. En cuanto al alcohol, sólo serán permitidos dos vasos de vino diarios.

Consideraciones finales: los heridos por el amor, al contrario de los heridos en conflictos armados, no son víctimas ni verdugos. Optaron por algo que forma parte de la vida, y deben asumir, por consiguiente, la agonía y el éxtasis de su elección.
Y los que jamás fueron heridos por el amor, nunca podrán decir: “he vivido”. Porque no vivieron.

sábado, octubre 06, 2007

Carta a un zapatero que compuso mal unos zapatos


A ver qué les parece este cuento de Arreola. Yo lo leí por recomendación de mi amiga Mariana Mendoza y, además de divertirme muchísimo con su lectura, me hizo reflexionar sobre algunos conceptos como el amor al trabajo, la calidad y el compromiso con nuestra profesión. Espero también lo disfruten:

Carta a un zapatero que compuso mal unos zapatos
Juan José Arreola


"Estimable señor:

Como he pagado a usted tranquilamente el dinero que me cobró por reparar mis zapatos, le va a extrañar sin duda la carta que me veo precisado a dirigirle.

En un principio no me di cuenta del desastre ocurrido. Recibí mis zapatos muy contento, augurándoles una larga vida, satisfecho por la economía que acababa de realizar: por unos cuantos pesos, un nuevo par de calzado. (Éstas fueron precisamente sus palabras y puedo repetirlas.)

Pero mi entusiasmo se acabó muy pronto. Llegado a casa examiné detenidamente mis zapatos. Los encontré un poco deformes, un tanto duros y resecos. No quise conceder mayor importancia a esta metamorfosis. Soy razonable. Unos zapatos remontados tienen algo de extraño, ofrecen una nueva fisonomía, casi siempre deprimente.

Aquí es preciso recordar que mis zapatos no se hallaban completamente arruinados. Usted mismo les dedicó frases elogiosas por la calidad de sus materiales y por su perfecta hechura. Hasta puso muy alto su marca de fábrica. Me prometió, en suma, un calzado flamante.

Pues bien: no pude esperar hasta el día siguiente y me descalcé para comprobar sus promesas. Y aquí estoy, con los pies doloridos, dirigiendo a usted una carta, en lugar de transferirle las palabras violentas que suscitaron mis esfuerzos infructuosos.

Mis pies no pudieron entrar en los zapatos. Como los de todas las personas, mis pies están hechos de una materia blanda y sensible. Me encontré ante unos zapatos de hierro. No sé cómo ni con qué artes se las arregló usted para dejar mis zapatos inservibles. Allí están, en un rincón, guiñándome burlonamente con sus puntas torcidas.

Cuando todos mis esfuerzos fallaron, me puse a considerar cuidadosamente el trabajo que usted había realizado. Debo advertir a usted que carezco de toda instrucción en materia de calzado. Lo único que sé es que hay zapatos que me han hecho sufrir, y otros, en cambio, que recuerdo con ternura: así de suaves y flexibles eran.

Los que le di a componer eran unos zapatos admirables que me habían servido fielmente durante muchos meses. Mis pies se hallaban en ellos como pez en el agua. Más que zapatos, parecían ser parte de mi propio cuerpo, una especie de envoltura protectora que daba a mi paso firmeza y seguridad. Su piel era en realidad una piel mía, saludable y resistente. Sólo que daban ya muestras de fatiga. Las suelas sobre todo: unos amplios y profundos adelgazamientos me hicieron ver que los zapatos se iban haciendo extraños a mi persona, que se acababan. Cuando se los llevé a usted, iban ya a dejar ver los calcetines.

También habría que decir algo acerca de los tacones: piso defectuosamente, y los tacones mostraban huellas demasiado claras de este antiguo vicio que no he podido corregir.

Quise, con espíritu ambicioso, prolongar la vida de mis zapatos. Esta ambición no me parece censurable: al contrario, es señal de modestia y entraña una cierta humildad.
En vez de tirar mis zapatos, estuve dispuesto a usarlos durante una segunda época, menos brillante y lujosa que la primera. Además, esta costumbre que tenemos las personas modestas de renovar el calzado es, si no me equivoco, el modus vivendi de las personas como usted.

Debo decir que del examen que practiqué a su trabajo de reparación he sacado muy feas conclusiones. Por ejemplo, la de que usted no ama su oficio. Si usted, dejando aparte todo resentimiento, viene a mi casa y se pone a contemplar mis zapatos, ha de darme toda la razón. Mire usted qué costuras: ni un ciego podía haberlas hecho tan mal. La piel está cortada con inexplicable descuido: los bordes de las suelas son irregulares y ofrecen peligrosas aristas. Con toda seguridad, usted carece de hormas en su taller, pues mis zapatos ofrecen un aspecto indefinible. Recuerde usted, gastados y todo, conservaban ciertas líneas estéticas. Y ahora...

Pero introduzca usted su mano dentro de ellos. Palpará usted una caverna siniestra. El pie tendrá que transformarse en reptil para entrar. Y de pronto un tope; algo así como un quicio de cemento poco antes de llegar a la punta. ¿Es posible? Mis pies, señor zapatero, tienen forma de pies, son como los suyos, si es que acaso usted tiene extremidades humanas.

Pero basta ya. Le decía que usted no le tiene amor a su oficio y es cierto. Es también muy triste para usted y peligroso para sus clientes, que por cierto no tienen dinero para derrochar.

A propósito: no hablo movido por el interés. Soy pobre pero no soy mezquino. Esta carta no intenta abonarse la cantidad que yo le pagué por su obra de destrucción. Nada de eso. Le escribo sencillamente para exhortarle a amar su propio trabajo. Le cuento la tragedia de mis zapatos para infundirle respeto por ese oficio que la vida ha puesto en sus manos; por ese oficio que usted aprendió con alegría en un día de juventud... Perdón; usted es todavía joven. Cuando menos, tiene tiempo para volver a comenzar, si es que ya olvidó cómo se repara un par de calzado.

Nos hacen falta buenos artesanos, que vuelvan a ser los de antes, que no trabajen solamente para obtener el dinero de los clientes, sino para poner en práctica las sagradas leyes del trabajo. Esas leyes que han quedado irremisiblemente burladas en mis zapatos.

Quisiera hablarle del artesano de mi pueblo, que remendó con dedicación y esmero mis zapatos infantiles. Pero esta carta no debe catequizar a usted con ejemplos.

Sólo quiero decirle una cosa: si usted, en vez de irritarse, siente que algo nace en su corazón y llega como un reproche hasta sus manos, venga a mi casa y recoja mis zapatos, intente en ellos una segunda operación, y todas las cosas quedarán en su sitio.

Yo le prometo que si mis pies logran entrar en los zapatos, le escribiré una hermosa carta de gratitud, presentándolo en ella como hombre cumplido y modelo de artesanos.

Soy sinceramente su servidor".

domingo, septiembre 16, 2007

Plataforma


El día inició muy temprano, antes de las 5 de la mañana ya me encontraba mirando de reojo el despertador en espera de la señal del arranque oficial de actividades.

Jamás había usado equipo de seguridad, así que salir al lobby del hotel enfundado en un overol amarillo brillante, botas industriales, casco, guantes y protectores auditivos fue un reto aún más difícil de superar que dar el primer paso en el helicóptero que nos aguardaba en punto de las 9:00 a.m.

El aumento en la potencia de los motores me paralizó por un instante los latidos del corazón, la respiración se detuvo, cada músculo del cuerpo se tensó y una extraña sensación me invadió al abandonar el territorio natural para ascender, lentamente, al de las aves.

Entonces el espacio conocido se transformó en algo nuevo, la isla entera se nos descubrió en toda su magnitud: azoteas, puentes, avenidas, selvas, manglares, playas, gente que poco a poco se va haciendo más y más pequeña, hasta quedar reducida a una multitud de puntos multicolores.

Sin embargo, la altura no fue suficiente para quitarle su grandeza al océano, el gran azul se extendía hasta el horizonte, y hacia él nos dirigimos.

No existe una perspectiva del mar que no me maraville. He tenido la fortuna de verlo desde todos sus ángulos: sentado a la orilla de una playa del Pacífico contemplando el vaivén de olas gigantescas; nadando en el Golfo de México sintiendo la fuerza indomable de sus corrientes; surcándolo a toda velocidad en una lancha tras un pez espada o sumergido en el Caribe descubriendo la belleza de sus arrecifes y bancos de peces; y ahora sobrevolando sus aguas a una distancia que, gracias a la ilusión óptica que produce su inmensidad al lado de nuestra pequeñez, parecía lo suficientemente corta para poder extender mi mano y rozarlas suavemente, dejando con la punta de mis dedos una larga estela de espuma blanca, como lo hacen las gaviotas al iniciar el vuelo. Mar, infinito mar, tú y yo tenemos aún tantas cosas pendientes.

Tras veinte minutos de vuelo entramos en un banco de densas nubes, la visión se perdió por completo y nuevamente se alertaron los sentidos. Entonces surgió el milagro… al superar la blanca barrera apareció ante nuestros ojos un imponente arrecife de metal y fuego, una escena surrealista que abrumaba por su gran belleza. Para el ingenio del hombre no hay imposibles, y construir una ciudad-factoría en medio del océano no es la excepción. Al ver ese complejo de plataformas cuyas estructuras gigantes se sujetan con sus largas raíces tubulares al profundo lecho marino, me hizo sentir orgulloso de pertenecer a la especie humana, ¡Homo sapiens! Si tuviera que musicalizar ese momento creo que elegiría la primera obertura de Swan Lake de Tchaikovsky.

El descenso fue otra experiencia. El reducido espacio destinado al helipuerto parecía insuficiente, como si fuéramos a descender sobre el mar. Por un reflejo inconsciente me llevé la mano al arnés que sujetaba a mi cintura el chaleco salvavidas para asegurarme que se encontraba perfectamente colocado. Al fin se sintió el ligero golpe de la nave al tocar tierra, la respiración se recuperó nuevamente.

Los minutos transcurrieron a partir de entonces a una velocidad vertiginosa, la misma velocidad de los sueños y los descubrimientos. Teníamos poco tiempo y mucho trabajo por hacer antes de abandonar la plataforma, así que tras un breve desayuno nos pusimos en marcha de acuerdo al plan trazado.

La gente “de mar”, como se les refiere en el argot gremial, es admirable. A nuestro paso no recibimos más que muestras de amabilidad y demostraciones de trabajo arduo, entrega y compañerismo. Mi más profundo reconocimiento a su labor y sincero agradecimiento por contribuir con su sudor y sacrificio al desarrollo de nuestro País.

El tiempo del regreso llegó puntual, aunque me pareció que era más pronto de lo que esperaba. Nuevamente nos elevamos para dirigirnos a tierra, invadidos de asombro, admiración y nostalgia. No hubo diálogo durante el trayecto, el sonido de los rotores y los protectores auditivos no lo permitían. Después de un tiempo alcanzamos a ver, en la distancia, la línea de la costa que nos daba la bienvenida con sus siluetas tan familiares. Misión cumplida.

domingo, julio 29, 2007

Citando a Pellicer


Era casi mediodía, el calor de finales de julio se colaba entre las hojas de los árboles mientras una nueva generación de nubes se desprendía de la tierra dando sus primeros pasos hacia el cielo.

Llevaba casi dos horas caminando entre la selva palencana. Subidas y bajadas, pirámides y troncos, saraguatos y turistas, creación humana y naturaleza divina; todo está contenido en Palenque.

Exhausto me senté a descansar un momento a la orilla del camino, al pie de un inmenso árbol que enseguida me cobijó entre los pliegues de sus raíces, me cubrió con sus ramas de los rayos de sol y cantó para mí con la voz de algún maravilloso pájaro que sólo puede escucharse en estos, cada vez menos, santuarios naturales.

Fue entonces que cobraron sentido para mí tantos versos de Carlos Pellicer que hasta ese momento no habían sido sino meras frases dispuestas en rima. Ese tronco fue la piedra roseta que me tradujo las palabras del poeta escritas en el idioma de los sentimientos, fue entender que “Estar árbol a veces, es quedarse mirando (sin dejar de crecer) el agua humanidad y llenarse de pájaros para poder, cantando, reflejar en las ondas quietud y soledad”.

martes, junio 26, 2007

Diálogos con Dios


Pues como últimamente me he dado el tiempo de ver más películas que en los 14 años previos, aquí les va un fragmento de la cinta Diálogos con Dios, el cual me pareció digno de reflexión:

"No me preocupa tu éxito mundano, sólo a ti te preocupa. No debes preocuparte por ganarte la vida. Los verdaderos maestros eligen construir la vida en vez de ganarse la vida. Haz lo que verdaderamente amas, no hagas nada más. Tienes muy poco tiempo, ¿cómo puedes pensar en desperdiciarlo haciendo algo que no te gusta para ganarte la vida? Eso no es vivir... eso es morir".

sábado, mayo 26, 2007

El derecho a la tristeza


A principios del mes de marzo, durante una breve estancia en la Ciudad de México, tuve la oportunidad de asistir a un “café filosófico” en la Librería el Péndulo de Polanco, el cual, según su propia definición, “es un espacio que se construye con las ideas, las opiniones y las dudas de un grupo de personas que se reúnen en un café — lugar público por excelencia— para debatir sobre aquellos temas que consideramos importantes pero que a menudo dejamos pasar porque no tenemos el tiempo —o el foro— para reflexionar sobre ellos. Temas que nos obligan a pensar no en función de resolver un problema práctico —nuestra mente no es sólo una caja de herramientas— sino en función de desarrollar nuestra capacidad de intercambiar ideas, de analizar críticamente, de poner a prueba nuestras convicciones (http://www.filosofiacotidiana.com/)”.

Gracias a esta enriquecedora experiencia, tuve la dicha de compartir puntos de vista con su maravillosa moderadora: Esther Charabati, filósofa egresada de la Universidad Autónoma de México, y cuyo destacado currículum incluye la colaboración con diversas publicaciones nacionales e internacionales, ser editora de la revista Horizontes, ser conferencista y haber participado en varios congresos, entre otros.

Hago todo este preámbulo porque recientemente leí un artículo de Esther llamado “El Derecho a la Tristeza”, el cual me gustaría compartir íntegro con aquellos que quieran reflexionar sobre el tema y, por qué no, de vez en cuando hacer uso de nuestro derecho de estar de “cara larga” y ánimo alicaído:

El Derecho a la Tristeza
(por Esther Charabati)


Ningún estado de ánimo convoca tanta oposición como la tristeza. Apenas borramos la sonrisa y la gente se siente con derecho a intervenir en nuestras vidas. «¿Qué te pasa?»; «¡Ya cambia la cara!»; «Parece que vienes de un entierro». A nadie le gusta presenciar la tristeza porque es contagiosa. Porque hace pensar en los miles de motivos que existen para estar triste. Porque ver el dolor, duele. Sin embargo, alguna vez estuvo de moda, de la mano de la melancolía; recordemos el famoso spleen de Baudelaire y el taeduim vitae de los griegos. El romanticismo y la tristeza eran buenos compañeros, porque surgían de lo más profundo del ser humano. En cambio, la alegría parecía superficial, tonta, popular. Cualquier hijo de vecino podía estar alegre y reír todo el día. Era vulgar.

Hoy las cosas son diferentes. El signo del siglo es la alegría, el entusiasmo, las ganas de vivir. Las sonrisas acechan desde los maniquíes, los anuncios espectaculares, los comerciales. Están en boca de todos los edecanes, los vendedores, las recepcionistas. Todos queremos que nos atiendan con una sonrisa en la boca. Que hagan como si no tuvieran problemas, como si estuvieran eternamente enamorados, como si les alcanzara el sueldo, como si la vida fuera fácil.

Y sin embargo… existen motivos de tristeza, de melancolía o de añoranza, y no siempre queremos reprimirlos o disfrazarlos. A veces queremos vivirlos hasta el fondo, agotarlos. Ahora lo llaman depresión. De acuerdo: Queremos deprimirnos porque tenemos buenos motivos para ello, estamos decididos a sufrir porque nuestra pena lo amerita. Aunque los demás no quieran verlo. Aunque hagan todo lo posible por alegrarnos. No nos queremos alegrar, porque estamos viviendo una pérdida o una decepción, o simplemente caímos en un bache y necesitamos tiempo y energía para salir de ahí.

¿Quién dijo que los seres humanos tenemos vocación de castañuelas? «Sonríe y el mundo estará contigo», nos dicen los fans de Dale Carnegie que llevan décadas promocionando la sonrisa como sinónimo de fe y de esperanza, una sonrisa idiota que se utiliza como contraseña para ser aceptados entre los vivos.

Pero hay días en que el mundo no está con nosotros, por lo menos no como quisiéramos. Días en que el dolor duele tanto que no podemos ubicarlo en ningún lado para extirparlo de raíz. En que queremos dormir para ver si la pena se desvanece, o se confunde con los sueños. A ver si cuando despertemos la tristeza ya se fue. O lloramos, para que el dolor se vaya deshaciendo, para erosionar el sufrimiento con nuestras lágrimas, para sacarlo todo. Otras veces hablamos y hablamos sin parar, torturando a quien nos escucha con la misma historia mil veces contada, con todos los matices y todos los detalles. Y si no podemos dormir, ni llorar, ni hablar, entonces nos endurecemos y nos callamos. Y la tristeza sale a través de gritos, de agresiones pasivas, de desconfianza, de mezquindades. Sale como un huracán o como una llovizna. Arrasándolo todo o desgastándolo… y poco a poco va dando paso a la paz, a la alegría, a la reconciliación con la vida.

martes, mayo 15, 2007

The Peaceful Warrior


Unos meses atrás tuve la oportunidad de ver, a través de internet, el trailer de una película que desde un primer momento captó mi atención: “The Peaceful Warrior”. Recomendada por Deepak Chopra y con la actuación estelar de Nick Nolte, el film prometía ser realmente interesante, al narrar una historia verídica de superación personal y reencuentro interior.

Hace unos días por fin llegó a Villahermosa, aunque perdida en una única sala carente de aire acondicionado ¡en pleno mes de mayo en Tabasco! En verdad lo pensé seriamente antes de animarme a verla. Solicité permiso para entrar a la sala y sentir por mi mismo si sería capaz de soportar la humedad y temperatura, salí al centro comercial a buscar en los periódicos locales si se estaba exhibiendo en algún otro complejo, y ante falta de opciones venció mi curiosidad, así que compré mi boleto y me dispuse a disfrutarla (no sin antes armarme con un vaso grande de refresco con muchísimo hielo y un empaque de palomitas vacío que haría las veces de abanico improvisado).

Extraordinaria, así la calificaría yo, simplemente extraordinaria; una película que nos hace replantearnos el sentido de esa búsqueda frenética en la que nos hemos metido sin saber el por qué lo hacemos; una lucha sin tregua por alcanzar un triunfo que jamás ofrece la felicidad, sólo una absurda paradoja pues al alcanzarlo nos deja con un sentimiento de vacío y de falta de sentido, y no lograrlo nos arroja al abismo del fracaso y la frustración.

La misma sala donde se proyectó la película es un claro ejemplo de ello. Esa decisión no fue tomada así nomás por alguien a quien se le ocurrió que los interesados en este tipo de temática (que por cierto ese día éramos cuatro sudados individuos) serían avanzados maestros yoguis capaces de controlar, con el poder de la mente, la sensación térmica que provoca en los cuerpos los más de 35 grados de temperatura y una humedad superior al 95%.

No es así, la responsabilidad de ello recae en las leyes del mercado, leyes que están en sintonía con esa búsqueda de la que hablaba antes. Violencia, sexo, vanidad, traición… ya no se si los medios estén difundiendo estos valores o simplemente estén mostrando los mismos como reflejo de la realidad. Lo más probable es que se trate de un círculo vicioso en el que la realidad nutre a la ficción y ésta la retroalimente.

No me gustaría parecer moralista porque estoy a años luz de serlo. Simplemente películas como El Camino del Guerrero (como fue traducida en México) me hacen detenerme un momento y pensar qué ofrece cada uno de esos estilos de vida. Las leyes del mercado son maravillosamente efectivas para recaudar millones de dólares, pero no creo que nos estén haciendo seres humanos más felices, de hecho estoy seguro que nos están quitando precisamente eso, nuestra capacidad de SER humanos.

En contrapartida, uno de los planteamientos de la película consiste en descubrir que la felicidad radica en simplemente disfrutar el camino, respetándonos a nosotros mismos y a nuestros semejantes. Creo que eso es de las cosas más importantes de nuestra vida, disfrutemos el viaje.

Si tienen oportunidad de ver El Camino del Guerrero no dejen de hacerlo, yo espero que muy pronto esté disponible en DVD, pero mientras pueden visitar su sitio en internet: http://www.thepeacefulwarriormovie.com/

Mientras tanto los dejo con algunas frases de la misma en las que no estaría demás reflexionar:

“Knowledge is not the same as wisdom”
“Find your answers from within”
“Every action has its pleasures and its Price”
“There are no ordinary moments”
“Those who are hardest to love are the ones who need it the most”
“Everything has a purpose. It’s up to you find it”
“Some people live their whole lives without ever waking up”
“The first realization of a warrior is not a knowing”
“The real battles are inside”
“Find the love in what you do”

domingo, mayo 06, 2007

Conversación con Eleazar


Eleazar: Cuando al abrir los ojos la obscuridad es más grande. Cuando el fuego en tu pecho quema tu ser. No queda más que consumirse en una vibrante llamarada.

Homo Delphinus: Porque sólo consumiéndose la leña seca es capaz de dar luz y vida. ¿Acaso no hay acto de amor y entrega más grande que el de la humilde leña que da luz a costa de consumirse ella misma hasta quedar convertida en cenizas?

E: Cenizas que esparce el viento, sin pasado ni futuro.

HD: Os equivocáis, las cenizas son el presente de una entrega de amor pasado, y sus ricos componentes químicos el futuro de verdes campos donde habrá de florecer la esperanza con tan bendito fertilizante.

E: Que vuestras palabras sean las de un profeta.

HD: No han de ser mis palabras, sino la fe de vuestro corazón la que transmute la obscuridad en luz, pero sobre todas las cosas, la voluntad del gran creador del universo, voluntad a la que debemos alinearnos plenos de la dicha de sabernos copartícipes del plan divino de la creación. Sólo somos dueños del amor que somos capaces de dar, démoslo pues sin esperar nada a cambio.

jueves, abril 12, 2007

Iniciando un nuevo camino


Inicio un nuevo camino, y una vez más compruebo que existen leyes universales las cuales siempre se cumplen, como la del sincrodestino que, justamente ahora, pone en mis manos, a manera de marca de ruta, el "Manual de Conservar Caminos" de Paulo Coelho (11 puntos, ¡11! Otra señal que no aún logro interpretar):

"1] Al principio del camino hay una encrucijada. Allí puedes pararte a pensar en la dirección que vas a tomar. Pero no te quedes demasiado tiempo, o nunca saldrás de ese lugar. Hazte la clásica pregunta de Castaneda: ¿cuál de estos caminos tiene un corazón? Reflexiona lo necesario sobre las opciones que tienes delante, pero una vez que des el primer paso, olvídate definitivamente de la encrucijada, pues en caso contrario nunca dejarás de torturarte con la inútil pregunta: “¿El camino que elegí era el correcto?” Si prestaste oídos a tu corazón antes de ponerte en movimiento, escogiste sin duda el buen camino.

2] El camino no dura para siempre. Es una bendición recorrerlo durante algún tiempo, pero un día terminará, y por eso debes estar siempre listo para despedirte en cualquier punto. Por mucho que te deslumbren determinados paisajes, o te asusten ciertos trechos donde hay que esforzarse especialmente para seguir en pie, no te aferres a nada. Ni a los momentos de euforia, ni a los interminables días en los que todo parece difícil, y el progreso es lento. Más tarde o más temprano llegará un ángel, y tu jornada habrá llegado a su término. No lo olvides.

3] Honra tu camino. Fue tu elección, fue decisión tuya, y en la misma medida en que tú respetas el suelo que pisas, este mismo suelo respetará tus pies. Haz siempre lo más adecuado para conservar y mantener tu camino, y él hará lo mismo por ti.

4] Equípate bien. Lleva un rastrillo, una pala, una navaja. Entiende que para las hojas secas las navajas son inútiles, y que para las hierbas muy enraizadas los rastrillos son inútiles. Conoce siempre qué herramienta hay que emplear en cada momento. Y cuida de ellas, porque son tus mayores aliadas.

5] El camino va hacia delante y hacia atrás. A veces es necesario volver porque se perdió algo, o porque un mensaje que debía haber sido entregado se quedó olvidado en un bolsillo. Un camino bien cuidado permite que puedas volver atrás sin grandes problemas.

6] Cuida del camino antes de cuidar de lo que está a su alrededor: atención y concentración son fundamentales. No dejes que las hojas secas del borde del camino te distraigan, ni que la manera como los otros cuidan sus propios caminos desvíe tu atención. Usa la energía para cuidar y conservar el suelo que recibe tus pasos.

7] Ten paciencia. A veces es necesario repetir las mismas tareas, como arrancar las malas hierbas o cubrir los agujeros que surgieron tras una lluvia inesperada. Que esto no te enfurezca, pues forma parte del viaje. A pesar del cansancio, y a pesar de las tareas repetitivas, ten paciencia.

8] Los caminos se cruzan: las personas pueden explicar el tiempo que hace. Escucha los consejos, pero toma después tus propias decisiones. Tú eres el único responsable del camino que te fue confiado.

9] La naturaleza sigue sus propias reglas: por lo tanto, tienes que estar preparado para los súbitos cambios del otoño, para el hielo resbaladizo del invierno, para las tentaciones de las flores en primavera, y para la sed y las lluvias del verano. En cada estación, aprovecha lo mejor que te ofrezca, y no te quejes de sus particularidades.

10] Haz de tu camino un espejo de ti mismo: no te dejes influir en absoluto por la manera como los demás cuidan de sus caminos. Tú tienes un alma que escuchar, y los pájaros transmitirán lo que tu alma quiere decir. Que tus historias sean bellas y agraden a todo lo que tienes en torno. Sobre todo, que las historias que cuente tu alma durante la jornada se reflejen en cada segundo del recorrido.

11] Ama tu camino: sin este principio, nada tiene sentido."

martes, abril 03, 2007

Levántate y nada

En la inmensidad del océano surgió la vida; el agua albergó mi cuerpo en su inicio en esta tierra; de agua es mi pasado, a ella vuelvo a escribir mi futuro.

martes, marzo 20, 2007

Querida Sor Juana...


Cuan vigentes son tus versos, Juana Ramírez de Asbaje, cuan inmutable es la naturaleza humana que las penas que se sufrieron en las postrimerías de los años 1600 son las mismas que nos afligen hoy en día:

"Al que ingrato me deja, busco amante;
al que amante me sigue, dejo ingrata;
constante adoro a quien mi amor maltrata;
maltrato a quien mi amor busca constante;
Al que trato de amor hallo diamante
y soy diamante al que de amor me trata;
triunfante quiero ver al que me mata
y mato a quien me quiere ver triunfante (...)"

martes, enero 30, 2007

Caminos


Sendas que se cruzan, avanzan paralelas para después separarse, dividirse en dos caminos que conducen a un mismo destino. La ruta es temporal, los sentimientos que favorecen son permanentes.