martes, septiembre 23, 2008
Damnatio memoriae
El atrio era un cuadrado perfecto, rodeado de altos edificios que lo hacían verse aún más pequeño.
Entré entonces a la iglesia. Estaba en silencio y solitaria, la poca luz que se filtraba por las sucias ventanas dejaban ver que el polvo del olvido lo había cubierto todo.
Conforme mi vista se fue acostumbrando a la penumbra, empecé a notar algo por demás extraño: el recubrimiento de las paredes había sido removido por completo. Donde antaño debieron estar frescos u otro tipo de acabado ahora sólo se veían las huellas que dejaron implacables cinceles; muros desnudos despojados de su antiguo esplendor cual libro en cuyas páginas sólo quedasen borrones en lugar de historias.
Pero no sólo eran las paredes, al observar con atención pude ver que se había mutilado la cara de todas las figuras de los santos, algo que sólo había visto con anterioridad en las estatuas egipcias. ¿Quién y con qué propósito las privó de su identidad?
Me volví entonces dispuesto a salir de ahí. Justo en ese momento el gran portón de la entrada se cerró con fuerte estrépito y el temor de mi parte a no poder abandonar el lugar. Sin embargo, los goznes se movieron sin oponer resistencia.
Por la calle pasaba en ese momento un hombre alto y delgado, de brillantes ojos amarillos y cabello castaño. Su mirada me recordó a la de San Juan que referí en otra ocasión, incluso sus palabras fueron prácticamente las mismas: “Yo a ti te cargué cuando eras pequeño”.
Y la claridad del día nuevamente dejó sin respuesta todas mis dudas…
viernes, septiembre 19, 2008
¿Un sueño?
Ignoro cómo llegué hasta aquí. Lo único que recuerdo es haber abierto los ojos, como si despertase de un largo y reparador sueño. Y aquí estoy, tumbado sobre una mullida capa de hierba, musgo y helechos, justo en una pequeña saliente.
La densa neblina lo define todo: cubre la cumbre de la montaña y oculta sus vacíos; suaviza la luz y amortigua el sonido. Guión y escenario; forma y fondo.
No muevo ni un músculo, sólo permanezco así, tirado sobre mi espalda. Y no porque no pueda hacerlo, sino porque no es necesario, se está tan bien en esta quietud que todo lo envuelve. No hay pensamientos, tan sólo soy.
Justo a mi lado alcanzo a ver los pies de unas estatuas monumentales, no veo más, las nubes ocultan el resto.
Es hermoso ver el mundo desde esta perspectiva. A veces, entre la bruma se alcanzan a observar a grupos de guacamayas volando en un cielo que apenas se insinúa.
Este fue mi hogar, no quiero despertar…
miércoles, septiembre 17, 2008
Reencuentro con Juan
No había un solo sitio libre en el bazar; cada rincón, cada mesa, cada pared exhibía piezas tan antiguas como bellas. Yo vagaba entre la gente sin saber exactamente qué buscar; quizá el consumismo en el que estamos inmersos nos empujaba a todos ese día a adquirir algo sin importar lo que fuera.
Me encontraba admirando una pieza de porcelana cuando sentí la necesidad de mirar hacia la sala contigua; una sensación similar a la que percibimos cuando alguien nos mira fijamente. A lo lejos, en medio del salón se encontraba un hermoso busto tamaño natural de un San Juan Bautista. Su sola presencia destacaba como si una luz lo iluminara al tiempo que hacía desaparecer al resto de los objetos.
Hipnotizado fui arrastrado sin apenas darme cuenta hacia él, como si de pronto hubiese encontrado aquello que tanto buscaba aún sin saber exactamente lo que era.
La hermosa cabeza de largos cabellos descansaba sobre unos hombros apenas insinuados por el artista que la había esculpido. Su rostro parecía sonreír de una manera casi burlona, escapando del estereotipo de las obras que representan a los santos como seres torturados por una profunda aflicción, pena y dolor, cuya expresión, si acaso la tienen, es invariablemente una mueca de sufrimiento.
Lo que sucedió entonces paralizó mi corazón e hizo que el tiempo se detuviera. Incluso hoy en día me cuesta trabajo decir a ciencia cierta si pasaron horas o apenas segundos. La mirada del San Juan cobró vida; sus ojos de un intenso brillo se movieron clavándose fijamente en los míos, y en un tono alegre se limitó a decir, simplemente, sin siquiera mover los labios, una frase que aún me estremece cuando la recuerdo: “Yo a ti te conozco”.
lunes, septiembre 15, 2008
El vórtice
La gruta era enorme, en su interior un profundo lago ocupaba la totalidad de su parte central. Una imponente caída de agua sobrecogía por su grandeza.
Todo era inmenso en el lugar: la altura de la cueva, la inconmensurable profundidad del lago, la masa de agua de la cascada. La más grandiosa catedral gótica parecería una modesta ermita junto a ella.
De pronto comencé a sentir que las fuerzas me abandonaban, un extraño mareo me sobrevino mientras mi mente se perdía en un profundo sopor.
¿Qué me pasa? ¿Qué es lo que provoca que me sienta de esta manera?
Y una voz procedente de ninguna parte me respondió: “Ello se debe a que te encuentras en un vórtice”
¡Por Dios! ¿Qué es un vórtice? ¿A qué se refería exactamente la voz? ¿Por qué mis fuerzas se perdían mientras a otros visitantes a la gruta parecía llenarlos de energía? Espero algún día encontrar las respuestas.
La ventana
¿Has salido por una ventana? No siempre resulta una experiencia agradable, sobre todo si conduce a un sitio en el pasado; yo lo hice hace algún tiempo en casa de mi abuela.
Pasé por la ventana dando un pequeño salto hacia la calle. Apenas lo había hecho cuando unas manos desde el interior cerraron los postigos tras de mí. Intenté detenerlas, pero sucedió tan rápido que me fue imposible evitarlo. ¿Acaso no me vieron? Me pregunté intrigado; fue como si de pronto me hubiese vuelto invisible, incluso el ambiente lo percibí un tanto diferente. Sin embargo, me di la vuelta sin darle por el momento la mayor importancia al asunto.
Frente a mí se encontraba, como era de esperarse, la escuela con su bello edificio antiguo, y más allá de ella se veía a un numeroso grupo de estudiantes jugando. Cuál no sería mi sorpresa al descubrir entre ellos a personas que yo bien conocía, sin embargo antes eran adultos y, ahora, ¡eran niños nuevamente! Ni siquiera eran capaces de reconocerme con más de treinta años de diferencia.
Todo era distinto a hoy y tan parecido al ayer, el mundo entero era más joven de lo que fue hasta antes de salir por la ventana.
Desde aquel día tengo mucho más cuidado con las vías de paso que utilizo, pues a veces resulta más fácil salir que regresar.
domingo, septiembre 14, 2008
El Ritual del Agua
El museo era hermoso e inmenso, altas bóvedas y laberínticas salas albergaban en su interior bellísimas piezas pertenecientes a todas las cultura que se han desarrollado sobre la tierra. Sin embargo, y a pesar del continuo fluir de las personas, por un momento me dio la impresión de que todas esas maravillas no estaban en exposición, sino más bien se encontraban almacenadas, como si se tratase de una bodega que resguardara los tesoros del hombre y su creación.
Poco a poco, sin apenas darme cuenta, me encontré perdido del grupo con el que visitaba el lugar, quedando sólo al frente de un grupo de cuatro o cinco jóvenes de entre 7 y 14 años. Jamás había visto anteriormente a alguno de ellos, sin embargo, y por alguna extraña razón que no soy capaz de explicar, nos unía un sentimiento de fraternidad.
De pronto una pieza llamó mi atención de manera especial sobre las demás; un grueso bloque de mármol blanco hermosamente labrado, quizá una pieza funeraria o altar del periodo romano antiguo. Me acerqué para poder observarlo con mayor detalle: un pequeño relieve que representaba de forma extraordinaria la cabeza de una cabra mirando hacia el frente se encontraba en el centro; a ambos lados de ella, así como en su parte superior, se encontraban inscritos extraños caracteres de un lenguaje ya desaparecido hace miles de años.
Terminé de apreciar el hermoso monumento y al girarme para continuar me encontré con una mujer mayor que me dijo: “hace muchos años tu padre vino también a este lugar a hacer el ritual del agua”. No comprendí el significado de sus palabras, por lo que me limité a sonreírle y continuar mi camino.
Entre más caminábamos más nos confundíamos entre los muchos pasillos que conducían de una sala a otra. Tomamos unas angostas escaleras y llegamos a un baño. Miré por las únicas ventanas que había visto hasta ese momento y me sorprendió observar que todas las edificaciones aledañas al museo se encontraban en ruinas, casi a punto de colapsar, ¿cómo podía ubicarse este majestuoso edificio en un lugar así? Misteriosa paradoja sin duda alguna: toda la creación resguardada en medio de la destrucción. Al salir de los baños mis ojos se encontraron con mi imagen reflejada en el espejo que había sobre los lavamanos; no era la primera vez que me veía, ya antes lo había hecho en otros espejos que adornaban las salas, sólo que hasta ese momento tomé conciencia de lo peculiar que resultaba que la imagen siempre era la misma y, sin embargo, diferente.
Nos detuvimos en una zona donde había dispuestas mesas para que los visitantes pudieran tomar un descanso. Me senté y de inmediato apareció un mesero que colocó frente a mí un plato con una sopa extraña, la cual comí sin preocuparme mucho de sus ingredientes. Ahí también se encontraban muchos jóvenes practicando complejos juegos de destreza mental, acertijos que, según comentaban entre ellos, desarrollarían sus habilidades para futuras pruebas. La joven que se encontraba justamente a mi lado terminaba una especie de maqueta que representaba una célula. Sin embargo, no presté mucha atención, algo dentro de mí me decía que esa etapa ya la había superado hace tiempo.
Irrumpieron de pronto dos o tres personas caracterizadas como animales que provocaron las risas de todos los presentes. Aproveché aquel el momento en que mi grupo se encontraba entretenido mirándolas para separarme de ellos por unos instantes.
Subí entonces unas pequeñas escaleras y me encontré con una pareja apenas cubiertos con túnicas blancas. Pero no eran los únicos, más adelante había mucha gente así, en su mayoría hombres mayores de abundantes barbas y batas blancas; en un extremo se encontraba una enorme pila de agua, un gran cubo de piedra rústica lleno de agua cristalina que fluía desde un rosetón también de piedra esculpido a manera de espiral que representaba un ombligo.
Miré a un hombre a lo lejos, y de pronto me sorprendí a mi mismo al gritarle de una manera por demás autoritaria, totalmente ajena a mi forma de ser, lo siguiente: “¡Hey, tú! Dime, ¿Cómo se hace el ritual del agua?” Extraño comportamiento sin duda, como si una voz interior hubiera escapado por mi boca sabiéndose con el derecho de dar órdenes y ser obedecida.
El hombre, cuyo pelo y barba blanca resaltaban en su piel obscura, se acercó y me dijo: “Primero tienes que pintar un círculo blanco entre tus piernas, justo en la parte superior de los muslos. Una vez hecho esto, deberás desnudarte y, al igual que aquel hombre que se encuentra ahora en la pileta, recostarte boca abajo en posición horizontal, con la cintura justo al borde de la fuente y la parte superior del cuerpo sobre el agua, sin tocarla; entonces debes chocar contra la líquida superficie tres veces tu pecho, agradeciendo al agua por todo lo recibido y lo que estás por recibir”.
Vino entonces a mi mente el recuerdo de una vieja canción soñada hace tiempo, misteriosas estrofas que me entonaba un grupo de personas mientras yo permanecía sentado escuchándolas:
“El viejo guardián
que sabe cuidar
las puertas que guardan
la entrada al altar”.
lunes, septiembre 01, 2008
La ciudad sin nombre
Viajando con rumbo desconocido en el mundo onírico, llegué por error a la más maravillosa ciudad jamás fundada, una polis modelo de civilidad, orden y armonía, en pleno centro del país.
Una de las características que más atrajo mi atención fue, sin duda, su moderno sistema de vías de comunicación. Si el Distrito Federal se enorgullece de sus segundos pisos, qué decir de esta maravillosa metrópoli de amplias y hermosas avenidas superpuestas en siete niveles, donde los pisos superiores alcanzan al cielo y sus nubes.
Al preguntar el nombre de este fantástico lugar descubrí con sorpresa que sus habitantes decidieron, desde su fundación milenios atrás, no asignarle ninguna denominación. La razón de tan extraña decisión fue conservarla a buen resguardo de malhechores y truhanes; para el hombre poco evolucionado lo que no se puede nombrar deja de existir ante los ojos, aunque se encuentre justo frente a sus narices.
Tal vez por eso esta ciudad se localiza en el centro del territorio, que es la ubicación del corazón. Todo lo que surge de nuestra mente tiene un nombre que lo designa y un apego que lo destruye.
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