miércoles, septiembre 17, 2008

Reencuentro con Juan


No había un solo sitio libre en el bazar; cada rincón, cada mesa, cada pared exhibía piezas tan antiguas como bellas. Yo vagaba entre la gente sin saber exactamente qué buscar; quizá el consumismo en el que estamos inmersos nos empujaba a todos ese día a adquirir algo sin importar lo que fuera.

Me encontraba admirando una pieza de porcelana cuando sentí la necesidad de mirar hacia la sala contigua; una sensación similar a la que percibimos cuando alguien nos mira fijamente. A lo lejos, en medio del salón se encontraba un hermoso busto tamaño natural de un San Juan Bautista. Su sola presencia destacaba como si una luz lo iluminara al tiempo que hacía desaparecer al resto de los objetos.

Hipnotizado fui arrastrado sin apenas darme cuenta hacia él, como si de pronto hubiese encontrado aquello que tanto buscaba aún sin saber exactamente lo que era.

La hermosa cabeza de largos cabellos descansaba sobre unos hombros apenas insinuados por el artista que la había esculpido. Su rostro parecía sonreír de una manera casi burlona, escapando del estereotipo de las obras que representan a los santos como seres torturados por una profunda aflicción, pena y dolor, cuya expresión, si acaso la tienen, es invariablemente una mueca de sufrimiento.

Lo que sucedió entonces paralizó mi corazón e hizo que el tiempo se detuviera. Incluso hoy en día me cuesta trabajo decir a ciencia cierta si pasaron horas o apenas segundos. La mirada del San Juan cobró vida; sus ojos de un intenso brillo se movieron clavándose fijamente en los míos, y en un tono alegre se limitó a decir, simplemente, sin siquiera mover los labios, una frase que aún me estremece cuando la recuerdo: “Yo a ti te conozco”.

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