domingo, septiembre 14, 2008
El Ritual del Agua
El museo era hermoso e inmenso, altas bóvedas y laberínticas salas albergaban en su interior bellísimas piezas pertenecientes a todas las cultura que se han desarrollado sobre la tierra. Sin embargo, y a pesar del continuo fluir de las personas, por un momento me dio la impresión de que todas esas maravillas no estaban en exposición, sino más bien se encontraban almacenadas, como si se tratase de una bodega que resguardara los tesoros del hombre y su creación.
Poco a poco, sin apenas darme cuenta, me encontré perdido del grupo con el que visitaba el lugar, quedando sólo al frente de un grupo de cuatro o cinco jóvenes de entre 7 y 14 años. Jamás había visto anteriormente a alguno de ellos, sin embargo, y por alguna extraña razón que no soy capaz de explicar, nos unía un sentimiento de fraternidad.
De pronto una pieza llamó mi atención de manera especial sobre las demás; un grueso bloque de mármol blanco hermosamente labrado, quizá una pieza funeraria o altar del periodo romano antiguo. Me acerqué para poder observarlo con mayor detalle: un pequeño relieve que representaba de forma extraordinaria la cabeza de una cabra mirando hacia el frente se encontraba en el centro; a ambos lados de ella, así como en su parte superior, se encontraban inscritos extraños caracteres de un lenguaje ya desaparecido hace miles de años.
Terminé de apreciar el hermoso monumento y al girarme para continuar me encontré con una mujer mayor que me dijo: “hace muchos años tu padre vino también a este lugar a hacer el ritual del agua”. No comprendí el significado de sus palabras, por lo que me limité a sonreírle y continuar mi camino.
Entre más caminábamos más nos confundíamos entre los muchos pasillos que conducían de una sala a otra. Tomamos unas angostas escaleras y llegamos a un baño. Miré por las únicas ventanas que había visto hasta ese momento y me sorprendió observar que todas las edificaciones aledañas al museo se encontraban en ruinas, casi a punto de colapsar, ¿cómo podía ubicarse este majestuoso edificio en un lugar así? Misteriosa paradoja sin duda alguna: toda la creación resguardada en medio de la destrucción. Al salir de los baños mis ojos se encontraron con mi imagen reflejada en el espejo que había sobre los lavamanos; no era la primera vez que me veía, ya antes lo había hecho en otros espejos que adornaban las salas, sólo que hasta ese momento tomé conciencia de lo peculiar que resultaba que la imagen siempre era la misma y, sin embargo, diferente.
Nos detuvimos en una zona donde había dispuestas mesas para que los visitantes pudieran tomar un descanso. Me senté y de inmediato apareció un mesero que colocó frente a mí un plato con una sopa extraña, la cual comí sin preocuparme mucho de sus ingredientes. Ahí también se encontraban muchos jóvenes practicando complejos juegos de destreza mental, acertijos que, según comentaban entre ellos, desarrollarían sus habilidades para futuras pruebas. La joven que se encontraba justamente a mi lado terminaba una especie de maqueta que representaba una célula. Sin embargo, no presté mucha atención, algo dentro de mí me decía que esa etapa ya la había superado hace tiempo.
Irrumpieron de pronto dos o tres personas caracterizadas como animales que provocaron las risas de todos los presentes. Aproveché aquel el momento en que mi grupo se encontraba entretenido mirándolas para separarme de ellos por unos instantes.
Subí entonces unas pequeñas escaleras y me encontré con una pareja apenas cubiertos con túnicas blancas. Pero no eran los únicos, más adelante había mucha gente así, en su mayoría hombres mayores de abundantes barbas y batas blancas; en un extremo se encontraba una enorme pila de agua, un gran cubo de piedra rústica lleno de agua cristalina que fluía desde un rosetón también de piedra esculpido a manera de espiral que representaba un ombligo.
Miré a un hombre a lo lejos, y de pronto me sorprendí a mi mismo al gritarle de una manera por demás autoritaria, totalmente ajena a mi forma de ser, lo siguiente: “¡Hey, tú! Dime, ¿Cómo se hace el ritual del agua?” Extraño comportamiento sin duda, como si una voz interior hubiera escapado por mi boca sabiéndose con el derecho de dar órdenes y ser obedecida.
El hombre, cuyo pelo y barba blanca resaltaban en su piel obscura, se acercó y me dijo: “Primero tienes que pintar un círculo blanco entre tus piernas, justo en la parte superior de los muslos. Una vez hecho esto, deberás desnudarte y, al igual que aquel hombre que se encuentra ahora en la pileta, recostarte boca abajo en posición horizontal, con la cintura justo al borde de la fuente y la parte superior del cuerpo sobre el agua, sin tocarla; entonces debes chocar contra la líquida superficie tres veces tu pecho, agradeciendo al agua por todo lo recibido y lo que estás por recibir”.
Vino entonces a mi mente el recuerdo de una vieja canción soñada hace tiempo, misteriosas estrofas que me entonaba un grupo de personas mientras yo permanecía sentado escuchándolas:
“El viejo guardián
que sabe cuidar
las puertas que guardan
la entrada al altar”.
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